Sexualidades disidentes

Prohibido hacer sus necesidades

La mayor parte de los hombres homosexuales que viven su sexualidad de manera clandestina, fantasea en algún momento con poder expresar su erotismo de forma abierta y frente a la aceptación de las personas con quienes convive, particularmente las que le son emocionalmente significativas.

Básicamente, salir del clóset es estructurar alrededor de uno un estilo de vida que sea congruente con sus necesidades afectivas y sociales, es decir, si quiero ser novia de otra mujer, serlo; si quiero ir a bares gays sin temor a ser pillado, hacerlo.

En general a todos nos gustaría poder hacer lo que nos viene en gana sin restricciones, pero a veces no es del todo posible debido a normas, códigos o prejuicios sociales.

En ocasiones los límites son reales y válidos, como los que se refieren a portar armas en la calle, matar a tus congéneres, violar los derechos de otra persona o etcétera; y otras veces están sustentados en una percepción del modo en que el mundo “debiera” ser a partir de presupuestos morales e ideas claramente descontextualizadas, o más bien, fuera de tiempo (por no decir retrógradas).

A esta segunda categoría, la de las limitaciones retrógradas, pertenecen las restricciones para las mujeres acerca de abordar o no a un pretendiente con intenciones sexuales, los límites acerca del grado en que un hombre puede mostrar sus sentimientos y permitirse actuar en consecuencia de éstos, o un sin fin de otros de impedimentos impuestos. Todos tenemos presente al menos una decena de normas que nos vemos forzados a seguir sin que haya una lógica funcional o práctica detrás de ellas.

Se dice: “los hombres no pueden hacer pareja con otros hombres; lo natural es que se hagan novios de mujeres que los quieran y formen una familia” Este es un discurso que hasta nuestros días suena sin enfrentar tanto cuestionamiento como quizás debiera, y es arrojado a la cara de las personas gay como un argumento incuestionable para negar a todo homosexual el derecho de satisfacer su necesidad afectiva homoerótica.

Si hubiera que contra – argumentar, podríamos decir que en la naturaleza la homosexualidad existe muy recurrentemente, entre los monos, los perros, los delfines, las hienas, etcétera, e incluso sucede que en la misma naturaleza hay hasta transexualidad, porque ni a Nemo ni a los otros peces payaso, por dar un ejemplo, les molesta lo más mínimo pasar de macho a hembra, cada que sus necesidades así se los demandan.

Algo así puede argumentarse cuando tratan de negarte el derecho a expresar tus emociones y actuar en consecuencia de tus sentimientos, pero, la verdad es que finalmente no estas obligada u obligado a argumentar nada.

Los españoles dicen: “a palabras necias, oídos sordos”; ¿que más necio hay, que el tratar de obligar a alguien a amar de una forma y no de otra?, u obligarle a moverse de determinada manera más masculina o a vestir de un modo que no es el que él o ella prefieren.

¿Con que palabra definirías el acto de forzar a otra persona a obedecer mis valores personales, expectativas y creencias? Probemos con esta palabra: Violencia.

La violencia consiste en negar a alguien la posibilidad de satisfacer sus necesidades. Es violento quien impide que alguien coma, quien no deja ser feliz a otra persona, quien no le permite satisfacer su necesidad afectiva, o quien le coarta sus posibilidades para evolucionar como ser humano.

La violencia ejercida sobre los demás, repercute categóricamente en la salud de quien es violentado, ya en el ámbito físico (manifestándose como moretones, fracturas, desnutrición o lo que se te pueda ocurrir), en el social (que se ve cuando la persona es aislada del contacto con sus amigos, familia y demás), o en el emocional (identificado por sentimientos de tristeza y frustración marcando a la persona y generando una baja autoestima y sólidos impedimentos para su realización personal).

Cuando la violencia aparece, lo hace empleando argumentos que invariablemente carecen de validez, lo que a su vez es una excelente manera de detectar una situación violenta. Todos podemos ser generadores o receptores de la violencia, porque, finalmente, vivimos en una cultura que exalta el uso de la fuerza para evitar cualquier esfuerzo dirigido a la negociación o el diálogo.

Entonces, efectivamente vivimos en una cultura violenta.

Nos desarrollamos en una sociedad en la que es sencillo negarles a los otros la posibilidad de hacer cuanto necesitan hacer, el derecho inherente a todo ser humano de satisfacer sus necesidades en vías de constituirse como un ser pleno y satisfecho de sí mismo; y eso nos devuelve al origen de este texto, porque para que exista una persona que violenta a otra, es necesario que haya otra que permita ser violentada.

En las paredes de algunos barrios en mi ciudad, se lee la leyenda: “Prohibido hacer sus necesidades!!”, ¿cómo es que no salta a la vista la violencia contenida en esta frase? Bueno, es que nos hemos habituado a mensajes como este y porque nos son familiares, hemos dejado de cuestionarlos.

Si alguien sostiene que careces del derecho para satisfacer tus necesidades, cuales quiera que sean; las afectivas, por ejemplo; quizá porque da la casualidad de que en tu caso estas necesidades son distintas al de la mayoría estadística de personas, lo único que ese alguien necesita para privarte de tu libertad es que le des la razón de alguna manera, que de alguna manera también tu creas que no tienes el derecho de alcanzar lo que necesitas.

¿Qué te hace falta para creer en la validez de tus propias necesidades?

Tu necesidad de sentir lo que sientes, de expresar lo que piensas, de nutrirte en la manera concreta o simbólica en que te es menester. Tus necesidades son válidas y genuinas, lo que es materia de negociación es el modo en que las satisfaces, ya sabes, satisfacerte sin negar la posibilidad de satisfacer sus necesidades a otros, porque entre las personas como en las naciones, el respeto al derecho ajeno es algo que algunos pensadores mexicanos ya han atesorado en su momento.

En el espacio intermedio entre las necesidades de los otros y las propias, reside el diálogo y la negociación, ¿cómo le haremos para negociar nuestros intereses de modo que todos ganemos?; ¿están ellos dispuestos a negociar?, ¿lo estoy yo?

En una sociedad que avanza, no se vale afirmar que esta prohibido hacer sus necesidades.

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Sexualidades disidentes

La responsabilidad de ser LGBTTI

¿Te has preguntado alguna vez cómo le hacen las sociedades para evolucionar?, desde un análisis muy ligero de una comunidad, puedes distinguir dos vertientes ideológicas muy claras: las que tienden a la derecha y las que tienden a la izquierda. La ideología de extrema derecha busca el mantenimiento del status quo, que lo que se ha ganado se mantenga y lo que ha funcionado para establecer la estructura social nunca cambie. La ideología de extrema izquierda guarda una postura crítica desde la que todo tiempo futuro puede siempre ser mejor; buscan innovaciones, cambios, arriesgarse para el crecimiento de la colectividad.

En la práctica, las agrupaciones sociales de derecha parecieran tener más poder y mayores recursos que las que tienden ideológicamente hacia la izquierda, y si esto fuese un patrón sostenido, entonces se mantiene la pregunta de ¿cómo es que pueden evolucionar las sociedades si la fuerza más potente de la comunidad tiende hacia el status quo? La respuesta no está en las estructuras de poder más elevadas, sino en pequeños grupos sociales que buscan el reconocimiento de sus necesidades e identidad; ellos y ellas son las minorías.

Desde los ochentas el tema de las minorías ha crecido en importancia dentro del discurso demagógico y los planteamientos sociales: indígenas, personas de la tercera edad, inmigrantes, gente viviendo desde la diversidad sexual, etcétera. Y algunos grupos que no son numéricamente inferiores, se vuelven minoría porque la discriminación y violencia de la que son objeto las vuelve foco de atención para políticas de protección; por ejemplo las mujeres o los jóvenes. En este contexto hay minorías que son objeto de atención por su sola existencia, y hay las que reclaman la atención de su sociedad desde una demanda puntual de reconocimiento. Estas últimas son las minorías activas.

Ahora podemos responder a la pregunta inicial: quienes a lo largo de la historia han logrado cambios sustanciales en la sociedad han sido las minorías que desde una postura activa, cuestionan las afirmaciones que el status quo sostiene hacia la comunidad. Las mujeres obtuvieron el voto al activarse como minoría, los homosexuales lograron el reconocimiento legal de los matrimonios gay, y etcétera. Revisando cualquier volumen de historia universal del colegio, te encuentras con múltiples ejemplos de esto. De ahí que sea innegable que es responsabilidad de las minorías activas llevar a su sociedad hacia rumbos que le permitan renovarse y continuar existiendo. Una sociedad que se niega a escuchar a sus minorías es por default, una sociedad decadente.

Y esa responsabilidad desciende de la colectividad minoritaria hacia cada uno de sus integrantes, convirtiéndolos en factores de cambio social. El poder de las minorías termina, en el mejor de los casos, cuando pueden asimilarse a un nuevo status quo que ya identifica y respeta la identidad y necesidades de quienes la conformaban; pero en el peor de los casos, también termina cuando las minorías esperan que sea otra figura la haga su chamba y promueva el cambio, cuando dejan de estar activas, cuando se resignan sin asimilarse.

Hoy en día ser hombre gay o chica lesbiana, o ser bi, o trans (quizá especialmente ser trans) implica una enorme responsabilidad social, porque equivale a conducir a la comunidad hacia un cambio necesario y urgente. No importa si el gobierno de una nación está en manos de la derecha o de la izquierda, las minorías activas siempre estarán existiendo y demandando transformaciones que van más allá del confort de lo teórico y lo ideológico; esa voz en cuello de las minorías llama hacia el aquí y el ahora, hacia lo que es más cotidiano e impostergable.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C
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Familia Ideal, Sexualidades disidentes

De pañales, biberones… y gays

Para muchos, los niños son una bendición en la vida; pero para otros y otras, son una franca pesadilla. Hay quienes se sienten en la obligación de tener hijos para sentir que han tenido una vida “completa”, y hay para quienes ser madre o padre no es, de plano, una opción que les interese. ¿Tú ya lo has considerado?

En la decisión de tener o no un hijo, entran en juego innumerables factores como el del género, la orientación sexual, el estilo de vida o los estereotipos sociales. A muchas mujeres de treinta o más años, probablemente les sea familiar la presión del reloj biológico que les urge a ser mamás, si es que no lo han sido ya. Es algo entre fisiológico y cultural. Los hombres no tenemos una urgencia biológica por ser padres, pero hay quienes necesitan serlo para sentirse plenos. En paralelo, nuestra sociedad espera que si eres heterosexual, la paternidad o maternidad formen parte importante de tu proyecto de vida; pero si eres lesbiana, gay o trans, por ejemplo, se asume que tus intereses existenciales van por otro lado.

Ese es el peso de los estereotipos, que lo queramos o no, impactan incluso en la manera en que nos miramos a nosotros mismos y nos planteamos proyectos a futuro: dado que las personas gays “no hacen familia”, no nos permitimos tomar en serio la paternidad o maternidad como un plan para nuestro futuro. ¿Pero quién dijo que no nos interesa hacer familias?, ¿quién dice que no las tenemos ya?; ¿porqué habrías de ser un mal ejemplo solamente porque eres lesbiana?, ¿porqué pensar que no te tomarás tu paternidad en serio porque eres gay? A este respecto, los psicólogos del desarrollo tienen claro que un niño o una niña con un solo papá, o con dos mamás, puede crecer plenamente sin carencias afectivas ni emocionales, y para quienes les preocupe, puede además desarrollar una orientación sexual autónoma e independiente de la de sus progenitores. No hay razones, desde los términos de su orientación o identidad sexual, por las que una persona no deba criar una hija o un hijo.

Se dice que todo niño necesita nacer bajo el cuidado de unos padres que mantengan entre sí una buena relación romántica; también eso es falso. Si bien es correcto pensar que a nadie le favorece crecer en un ambiente de gritos y sombrerazos, no hay que confundir lo que es una pareja romántica, con ser pareja parental: la primera es una relación definida por el romance y el interés mutuo, independiente de cualquier tercera persona. La pareja parental, en cambio, se define por la existencia de esa tercera persona: un hijo o hija, o varios. Dos personas pueden elegir dejar de romancear entre sí, pero si son responsables, no pueden elegir dejar de compartir el rol de padres, porque en la parentalidad su compromiso no solo es mutuo, sino centrado en el hijo que eligieron procrear: un hombre gay puede hacer pareja parental con una chava para tener un hijo, por ejemplo,  y no sería necesario que pretendieran ser una pareja romántica; habría entre ellos una relación parental frente a la que habrán de encontrar los modos y estrategias para organizarse y ser una familia, aunque sus vidas románticas sean independientes.

Así está la cosa. Si en tu caso tienes esta cosquillita, date tiempo de valorar tus opciones; considerar que es un compromiso de por vida, que puede ser fabuloso y a la vez desgastante, que puede valer mucho la pena, y etcétera. Date la oportunidad de tomarte enserio como candidata a mamá o candidato a papá, y no te niegues la oportunidad de evaluarlo solamente porque no eres heterosexual.

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