Sexualidades disidentes

Identidad gay: ¿realidad o simple mito?

Es muy probable que hayas alguna vez escuchado un chiste, de entre los tantos que se cuentan con desenfado en las fiestas familiares y reuniones de trabajo, que habla de cómo un hijo llega tímidamente con su padre y le dice: “Papa, soy gay”, a lo que el padre responde con una serie de cuestionamientos acerca de si el chamaco en cuestión tiene un departamento en la Condesa, un auto BMW o estudios hechos en alguna universidad de muy elevado prestigio. Ante las sucesivas negativas del hijo, quien estudió en una universidad pública, viaja en metro a dondequiera que va y vive con sus padres en un departamento de interés social, el padre concluye tajantemente que su confundido retoño definitivamente no es gay, sino un homosexual ordinario.
Hasta hace algunos años, ser gay era socialmente visto como una sofisticación de lo homosexual, una moda frívola que trataba de abordar con eufemismos todo lo relacionado con una sexualidad disidente; percepción que aparecía en los chistes, en los medios de comunicación y donde fuera que el tema saliera a flote. Quién se decía gay, entonces, adquiría la obligación de ser tan sofisticado y socialmente exitoso como la misma palabra lo era; y, como en el chiste líneas arriba, si no eras suficientemente “gay”, según el estereotipo, no tenías posibilidad de dejar de ser un simple homosexual.
Hoy, ser gay aún involucra la posibilidad de ser todo lo anterior, pero no exclusivamente. De hecho, sucede que actualmente puedes ser homosexual, pero jamás considerarte gay; ¿qué es ser gay, entonces?

Vamos desde el principio. Un día, no habiendo llegado siquiera a la edad de la pubertad, caes en la cuenta de que sientes más atracción por tus compañeritas que por tus compañeritos de la escuela, o, si eras niño, más por ellos en sus uniformes de educación física que por ellas queriendo jugar contigo a la casita. Paulatinamente te vuelves consciente de que eso no es lo que se acostumbra, ya que creciste al cobijo de unos padres heterosexuales y muy de cerca a personas de comportamiento heterosexual. Llega ese momento y de golpe te cae el veinte: eres diferente.

Vas creciendo y la consciencia de esa diferencia es cada vez más contundente, mientras escuchas a tu madre hablar de cuando tu tengas tus propios hijos, de cuando su hijito encuentre una mujer que le aguarde en casa o, en su caso, cuando su pequeña consiga a un hombre al cuál amar para toda la vida. Te cuentan historias heterosexuales de personajes heterosexuales en situaciones heterosexuales para que aprendas como funciona el mundo: te consigues una pareja de sexo distinto al tuyo, repito: distinto, y haces una familia a la cual vas a mantener o vas a cuidar celosamente desde el seno del hogar; serás el pilar de un nuevo núcleo social y preservarás nuestras tradiciones y nuestros genes. Estarán orgullosos de ti.
¿Y quién no quiere que estén orgullosos de uno?
Pero te gustan los otros niños o las otras niñas que, en definitiva, no tienen un sexo diferente al tuyo, y el tiempo pasa y el conflicto crece, hasta el momento en que tienes que elegir. Tienes dos posibilidades, en una de ellas puedes hacer como que nada sucede; todo esto es transitorio y con el tiempo, más tiempo todavía, se te irá pasando. Aprenderás a no querer tanto, a enamorarte de las unas y no de los otros, o corregirás tus afectos para sentir lo que te han enseñado que es lo correcto sentir. Como nadie tiene que enterarse, guardarás silencio y harás justo lo contrario de lo que sientes que es tu deseo hacer. Y al final, frente a tu conducta heterosexual, tus padres sonreirán por ver en ti lo que siempre pensaron que serías, en tanto que tú reprimes tu frustración ante todo esto que jamás hubieras querido ser y guardas tu homoerotismo dentro de una permanente clandestinidad. Elegiste no ser gay.
La segunda posibilidad te lleva al sentido contrario, es decir, asumes que tus emociones hacia quienes son de tu mismo sexo son claras, es socialmente incómodo, pero así eres, y decides trabajar en reconciliarte con ese homoerotismo. También es un camino difícil, porque ya nadie hay que te diga como funciona el mundo, no hay quién te de consejos o te oriente a lo largo del proceso. De estar solo o sola, empiezas a hacer distancia de quienes te piden una conducta heterosexual y te aproximas a quienes pueden entender la manera en que se manifiestan tus sentimientos; en breve, descubres que no es necesario estar solo.
Habiendo aceptado amar a otros hombres o a otras mujeres, y renunciado a mucho de lo que implica ser heterosexual, encuentras a gente que también ama como tú lo haces, y que puede entregarse a personas de su mismo sexo con idéntica pasión. Te identificas con ellos y adoptas para ti ese estilo de vida gay, donde carece de importancia si eres una mujer que ama a otras mujeres o un hombre que se enamora de otros como él.
Esta posibilidad es, efectivamente, elegir ser gay, si bien jamás elegiste que te gustaran otros hombres u otras mujeres; y a partir de esa elección continúas construyéndote como un ser humano, integralmente, involucrando la importancia de tus afectos en tu proyecto de vida y recibiendo el apoyo de otras personas. Al definirte gay puedes incluir a otros en la estructura de tu vida, quienes elijas, incluidos aquéllos que en otro momento esperaron de ti una forma distinta de amar; sin embargo esa es otra decisión que depende tan sólo de ti.

Nadie puede decirte que elección es la mejor ni cuál te garantiza la felicidad. No hay garantías. Pero lo que es claro, es que decirse gay no es obedecer a una moda o tratar de ser mas sofisticado, ser gay es sentir que formas parte de algo y haber elegido crecer sin negar tus emociones o tu necesidad de amar; un acto de valor del que finalmente, bien puede uno sentirse plenamente orgulloso.
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Sexualidades disidentes

Los Trimonios, parejas de tres

Coloquialmente, reconocemos en el entorno gay a las “parejas abiertas” como aquellas que han elegido abrir su relación de pareja para integrar a terceros, ya por una sola noche y un solo encuentro sexual, ya para que el tercero se instale como un miembro permanente de la relación, la que evidentemente deja de ser una pareja para convertirse en trío o “trimonio”, como algunos prefieren denominarla. Es un acuerdo mutuo entre ambos integrantes de la relación y consecuentemente producto de nuevas reglas del juego.
La situación concreta es: un día uno de ellos le propone al otro el salir a conocer gente, salen y ligan a ese tercero, o salen y alguno de ambos va de ligue y trae al tercero para presentarlo a su pareja. Los motivos para hacer algo como esto son varios, cada pareja es muy distinta de las demás, distinta incluso de las que en el pasado pudieron sostener los mismos integrantes de la relación; frecuentemente se vuelven víctimas de una fatiga crónica, una suerte de hastío que sucede tras meses o años de vivir juntos sin la oportunidad de abrirse a otros vínculos sociales, en otras ocasiones la pareja se ha desconectado emocionalmente y extraviado su correspondiente encanto sexual.

Cuando esto u otras situaciones aparecen bajo el aspecto de un aburrimiento frente al otro miembro de la pareja, de una pérdida de la química sexual o de un déficit importante en la comunicación, algunas parejas eligen romper, asumir el dolor de la perdida y el fracaso y buscar la construcción de una nueva relación, cada cual por su lado. Algunas otras identifican el problema cuando aún es posible negociar, y eligen concretamente abrir su relación.

Es imposible determinar el modo en que esta alternativa puede rescatar la relación, dado que la dinámica de cada pareja es distinta y lo que funciona bien para una, puede ser catastrófica para otra. Así que, si efectivamente abrir la relación es una alternativa, es necesario considerar estos cuatro aspectos:

– Tu pareja y tu deberán tomarse un tiempo para sentarse y poner las cartas sobre la mesa: ¿Quién propuso abrir la relación?, ¿Porqué? Es menester que quede bien identificada la necesidad que van a satisfacer o lo que solucionará esta decisión y si tal necesidad es personal o compartida.

– Una vez identificada la necesidad que van a cubrir abriendo la relación, establezcan reglas, no obvien nada ni den por hecho que el otro sobreentendió algo que no fue dicho. ¿Hasta donde permitirán que el tercero o los terceros penetren en la relación?, ¿Con que frecuencia?; ¿Será solamente sexual la interacción con el tercero, o lo incorporarán a su vida como pareja?, ¿Valdrá enamorarse?, ¿Se valdrá verlo cada cual por su lado, o siempre deberán involucrarse con terceros como pareja?

– Definan un espacio intocable, un momento o actividad que jamás será compartida con nadie y será terreno exclusivo para los dos. Ningún tercero tendrá acceso a este marco de intimidad.

– Finalmente, definan cómo será esa persona a la que buscarán para incluirla en la relación: su edad, nivel sociocultural, etcétera, según los atributos que para ambos sean importantes. Esto será una pauta para salir a la búsqueda.

Cuatro puntos que tienen por ingrediente central a la negociación. Hay que ser claros al hablar y tomar este diálogo tan en serio como seria sea su relación, de esto depende que lo que pudiera ser una ayuda, lo sea tal cual y no la sentencia final para la pareja. Consideren, sin embargo, que pueden existir espejismos que los conduzcan a un importante error en su decisión, algunos son, por ejemplo, el buscar fuera de su relación las respuestas que únicamente pueden encontrar al interior de ésta, a veces es mejor checar si han sido suficientemente honestos entre ambos para darse a conocer el modo en que cada cual está experimentando la relación que comparten; a veces el amor ya se terminó, e incluir a un tercero es una manera de buscar enamorarse de nuevo sin enfrentar el fracaso de la relación, ni la soledad de la despedida; y a veces uno de los dos simplemente no sabe cómo comunicarse y plantearle al otro sus necesidades, por lo que incluir a alguien más es, en realidad, agregarle un mediador a la dinámica de pareja.

¿Cómo saber que no estás equivocándote al elegir? La comunicación con tu pareja es la clave; mientras sea honesta y persistente, tendrás una mayor certeza de cómo va tu relación. Para una excelente comunicación: la confianza plena en tu compañero o compañera. No busques consejo con otros respecto a si debes o no abrir tu relación, esa cuestión les concierne a ustedes y finalmente no se trata de algo bueno ni malo, no implica necesariamente adicción al sexo o una mala relación de pareja; si lo consideras necesario, no dudes en revisar la idea con tu compañero.

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Sexualidades disidentes

Salir del closet

Una vez que has descubierto que tu sexualidad difiere a la de tus compañeros en la escuela, a la que te enseñaron tus papás en casa y la que ves exhibida continuamente en el cine y la televisión, lo más difícil es tratar de que esa diferencia no sea tan notoria como para que los demás la vean. Mientras que a tu alrededor florecen los comentarios en contra de los homosexuales y bisexuales y sus formas de amar, la única certeza clara es que no te conviene que “se note” que tu amas de esa manera distinta. Consecuentemente, ingresas tu estilo de vida a la discreción del clóset.
Usualmente se le llama “estar en el clóset” a vivir una vida muy discreta en la que no integras tu homosexualidad con las otras esferas de tu vida, tales como la escuela, la familia, el trabajo y etcétera; estando en el clóset te encargas de que prácticamente nadie se entere de que eres una mujer o un hombre gay, evitando enfrentar así determinadas situaciones por demás incómodas. Esto te lleva consecuentemente a un continuo discernimiento acerca de que personas van a volverse excepcionalmente partícipes de tu estilo de amar, y de que personas continuarán ignorando que eres homosexual. Mientras más personas haces partícipes de esto, más fuera del clóset estás, y mayor libertad adquieres para vivir tu sexualidad.
La discreción en torno a la sexualidad que no es heterosexual, usualmente tiene más que ver con la prudencia que con cualquier otro factor, pues es una especie de reflejo automático que se activa frente a las primeras evidencias del propio homoerotismo. Con el paso del tiempo y la exploración por ensayo y error, los hombres y las mujeres homosexuales van descubriendo que pueden esperar de la gente a su alrededor, cuales suelen ser las reacciones de solidaridad, discriminación, comprensión, indiferencia, cariño o etcétera, que pueden esperar de tales o cuales personas, y con base en ello deciden abrirse paulatinamente y compartir plenamente su estilo de vida, incluyendo su orientación homosexual.

Esto es “salir del clóset”, que si bien se maneja de ordinario como un solo acto que se ejecuta luego de una concienzuda reflexión personal, podemos afirmar que más bien corresponde a un proceso continuo de elecciones, cada cual de ellas según la persona con la que se interactúa y según el escenario muy específico del que se trata; es decir, abrimos nuestra orientación sexual para las personas que nos son significativas, aquellas con quienes nos interesa establecer intimidad, como nuestros familiares, nuestros amigos y demás.

En general, difícilmente podremos encontrar una persona, mujer u hombre, que se encuentre globalmente fuera del clóset: en el trabajo, con la familia, en la escuela. Existen escenarios donde revelar esta diferencia sexual puede resultar socialmente contraproducente, dando pie a un trato hostil o franca discriminación por parte de nuestro interlocutor en un contexto dentro del que tendríamos mucho que perder, quizá como en nuestro empleo o en una oficina para realizar un trámite importante.

Cotidianamente cada persona evita mostrar algo de sí para poder interactuar con los demás: hay quienes no mencionan que son mormones sino hasta que son invitados a una ceremonia católica, otros omiten no gustar de los perros frente a miembros de alguna asociación canófila, y algunos simplemente evitan conversar sobre ciertos temas que saben que llevarán la convivencia a una situación incómoda, como suele suceder con la política, el fútbol y la religión. Es una cuestión de diplomacia.

Mantenerse dentro del clóset posee sus ventajas: a quien es homosexual no se le cuestiona por serlo, ni se le da un trato diferente, dado que los demás asumirán a priori que se trata de alguien heterosexual. Sin embargo tendrá que lidiar con las ocasiones en las sus amigos le presenten un amigo o una amiga, dado que constantemente le ven sin pareja, o en las que la conversación termina por girar en torno a las relaciones entre ambos sexos; pero si se es hábil, no existirá mayor problema.

Lo que resulta un problema mayor, es cuando se trata de la gente que sí importa quien quiere presentarle un amigo a quien se desconoce que es una chica homosexual, o le preguntan por su novia, con sincero interés, al hombre gay del que desconocen su orientación erótica. Con el paso del tiempo, la necesidad de mentir a la gente que se desea emocionalmente cerca, es una incomodidad que crece paulatinamente; mientras contrariamente, existe también la necesidad de compartir las experiencias buenas que suceden en torno al corazón y los amores, e igualmente las situaciones que no son tan buenas en este terreno de los afectos. El clóset protege eficientemente, pero también aísla.

Las personas que mantienen sus vidas inmersas completamente en el clóset, finalmente se sumergen en un aislamiento que se traduce en soledad y en una creciente desconexión con los demás. Compartir es parte de la naturaleza humana, pero el ser humano también implica elegir con quién es que se comparte; tratándose de la propia sexualidad homoerótica, la misma elección es indispensable para incluir en nuestra vida a las personas que específicamente se lo han ganado, o con quienes simplemente se nos antoja compartir. Hacerlo es una decisión personal que nadie puede cuestionar.
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