Brecha de Género

Padres ausentes

Imagina que en una galaxia muy, muy distante; al seno de una cultura que sólo por coincidencia se parece un poco a la nuestra, hay hombres que son adoctrinados para mostrar una inquebrantable fortaleza… porque eso es lo que define la masculinidad entre ellos; e igualmente, se les condiciona a que ser masculinos, implica mostrarse implacables y recios ante cualquier evidencia de fragilidad.

Algunas veces, estos hombres tienen hijos… ya sabes: diminutos humanitos que la mitad de las veces salen niños y en la otra mitad, en realidad poquito más de la mitad, resultan niñas.

Casual.

Cuando un adulto que ha sido entrenado en proyectar esa fuerza cruel e inquebrantable frente a cualquier circunstancia, se descubre como padre de un hombre nuevecito, recién nacido, puede encontrarse con severos obstáculos para conectar con la fragilidad de su hijo; el cual, siendo hombrecito, ya debiera, a según de este imaginario, proyectar desde el primer minuto, la fuerza correspondiente a lo que viene siendo un hombre de verdad (lo que sea que esto signifique).

Para una persona que cree posible y útil proscribir la fragilidad (humana), le es bastante imposible enternecerse, solidarizarse o conectar con la vulnerabilidad de un varoncito recién nacido.

De esos bebés que llegandito a nuestro plano de existencia, no se enteran ni de roles de género, códigos de vestimenta en azules o rosas pastel, expectativas adultas, o acaso, la silenciosa frustración de su señor progenitor, cuando no ve que el chilpayate nace, ahí luego, luego, con barba hirsuta, bigote y harto pelo en pecho.

¿Cuántos padres no quisieran que sus niños recién nacidos contestaran a la nalgada del médico con un #ÓraleCabrón¡!?

Es un error, creerse que el concepto de masculinidad equivale unívocamente al de fuerza o aguante, y obvio, propicia la intolerancia hacia las actitudes (infantiles) propias de cualquier niña o niño: todo infante llora, tiene limitaciones, construye aprendizajes a su propio ritmo, y así; pero a muchos niños por el hecho de ser varones, se les exige ser adultos pequeñitos, y tratando de dar el ancho frente a esa demanda, los niños terminan experimentando la frustración del dichoso señor progenitor.

El está adulto frustrado porque su hijo es frágil, debido básicamente a que es un chavito; y el chavito está frustrado porque no logra asimilar la expectativa irracional que le demanda su adulto.

¡Bienvenido al mundo, chamaco!

Rechazando una parte inherente de la niñez / infancia, el padre en la práctica, termina rechazando en su totalidad a su hijo, consolidándose de este modo, como uno de los tantos modos en que se puede ser padre distante o ausente típico, tan endémico de la familia tradicional latinoamericana.

…pero de pronto el niño crece por azares del calendario gregoriano, y súbitamente ya es capaz de jugar con pistolas, patear un balón, sacarle sangre a algún compañerito de la escuela; y entonces, su padre voltea a mirarle con ojos enternecidos y dispuesto ahora a reconocerlo como su hijo, suyo de él, sangre de su sangre y heredero de su hombría.

Sin embargo, es frecuente que para este momento, el niño identifique a su padre como un extraño que llega de ningún lado, para imponerle la relación que de un modo más orgánico, debiera de haberse dado diez o quince años atrás. El señor progenitor llega una vida tarde, para empezar (a penas) a construir el bonito vínculo padre – hijo, con el chamaco desconocido que tiene enfrente.

Y como a la fuerza ni los calcetines entran, existe el riesgo de que se desarrolle un antagonismo entre el hijo y su padre; mientras que simultáneamente, crece la alianza del niño con su madre, que es con quien probablemente, se ha venido relacionando desde su nacimiento.

Mientras más presiona el señor progenitor, en ser reconocido por el chilpayate como esa autoridad paternal y amorosa que le enseñará a patear balones y contratar servicios sexuales, más va a ser rechazado por el chavo que lo mira simplemente como un extraño hostil con el que ya se ha familiarizado.

Estos esfuerzos que al chamaco van a parecerle caprichosos y violentos, reforzarán el vinculo del hijo con su madre, y le distanciarán más de su papá, hasta que él, el señor progenitor, reconozca el tiempo que ha perdido y busque resarcir el daño que causó con su ausencia. Presionarle para obligar una relación que carece de fundamentos, simplemente porque hay un lazo sanguíneo de por medio, nada más provocará el efecto contrario.

Sobrevaloramos los vínculos de sangre.

Si en la actualidad, tener un vinculo sanguíneo fuese tan relevante, nadie mataría los mosquitos que se meten en la noche a los dormitorios.

Concluyendo: en una total confusión de prioridades, el señor progenitor se hubo ocupado mayoritariamente de salvaguardar su propia masculinidad, que en ser partícipe de los momentos más cruciales en el desarrollo de su chilpayate; y llegado el día en que decide aproximarse porque ya viéndole mayor, puede identificarse con él, lo hace, siendo para el niño un absoluto extraño.

Pero recordemos que esta historia se desata en una galaxia muy, pero muy distante. Lo que sea de cada quién, ya estará en la decisión de cada cuál, determinar de qué galaxia viene, qué tan relevante le resulta ser inquebrantable o valorar lo vulnerable, y que tan distante prefiere estar de la familia que construye.

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