Medio distraídos por la navidad, ni oportunidad tuvimos de ponernos alegres por la aprobación del matrimonio entre hombres y mujeres homosexuales. Este acontecimiento, que casi pudo arrastrar al soponcio a ciertos líderes ideológicos que no están de acuerdo con la noticia, da un giro al modo en que cientos de personas gays se planteaban su propio proyecto de vida: uno crece, consigue un trabajo, una pareja, forma una familia y etcétera; especialmente cuando se es heterosexual. Ya ves, todo cuanto dice el manual tradicional de cómo uno debe vivir, una versión sofisticada y aumentada del “nacer, crecer, reproducirse y morir”.
¿Qué implica hoy, tener la posibilidad de contraer matrimonio entre personas de un mismo sexo?
Fundamentalmente eso, una posibilidad.
Si anteriormente una mujer o un hombre gay no se casaban, era porque no podían; hoy si no se casan es porque eligieron no hacerlo. Es una diferencia sutil, pero importantísima cuando hablamos de existir en un contexto social que nos da o no los recursos necesarios para vivir plenamente. Pero, quién no querría casarse, pudiendo hacerlo y habiendo encontrado a la persona adecuada?; las opiniones ciertamente se dividen.