En teoría, los seres humanos nos asociamos en grupos para hacernos la vida saludablemente más sencilla, al igual que otros integrantes del reino animal. De ahí nacen nuestras relaciones interpersonales: las de amistad, familiares, de pareja, negocios y etcétera. En teoría, pero en la práctica sucede que una parte importante de las relaciones que construimos, es fuente diaria de tensiones y angustia para nosotros.
¿A qué se debe esto, que tanto nos lleva a afirmar lo complicadas que son las relaciones interpersonales? Es fácil dar la respuesta: construimos expectativas inalcanzables hacia las otras personas y a la vez asumimos que ellos y ellas tienen expectativas que tampoco vamos a poder alcanzar. Y si, decirlo es fácil; lo complicado es llevar esto de algún modo a la práctica.
Las expectativas inalcanzables son el primer obstáculo para construir relaciones saludables, entendiendo “saludables” como esas que me enriquecen emocionalmente, que reflejan una versión positiva de mí y que plantean un escenario ideal tanto para desarrollarme, como para contribuir al desarrollo de la otra persona.
Lo saludable de las relaciones, entonces, se extravía cuando pretendo hacerme cargo de las emociones de alguien más, o igual, cuando espero que alguien más se haga cargo de mis propias emociones; en cualquiera de los casos, todas o todos los involucrados salen perdiendo: como en cada ocasión donde que pretendo que alguien me haga feliz, que culpo a otra persona por ponerme triste, o que me lavo las manos librándome de culpa al afirmar que tal o cual individuo me hizo enojar. En cada uno de estos ejemplos me niego la posibilidad de relacionarme saludablemente, dado que estoy responsabilizando a otro de mis emociones, o viceversa: me acredito responsabilidades cuyo cumplimiento no está en mis manos.
Así que, como corolario, cada vez que alguien con quien mantienes un vínculo afectivo te responsabilice de sus emociones, muy seguramente lo vas a pasar mal.
Si me lanzo a la tarea de responsabilizarme por las emociones de alguien más, estaré caminando una ruta de fracasos y frustraciones que al final me ocasionará un mal concepto de mí; y me generará un mal concepto de los demás cuando a mi vez, delego en ellas o ellos la responsabilidad de mis emociones. He aquí la manera ideal para convertir nuestras relaciones con las y con los demás, en un total calvario. ¿Qué hay de esas veces en que estamos escondiéndonos para que fulanita no vea que salimos con el chico que le cae tan mal?, ¿cuál es el costo emocional de siempre cuidar a zutanito, porque tiene pánico de estar solo?, ¿cuántas veces nos hemos callado lo que necesitamos decir o hacer, con tal de no hacer sentir mal a menganito?
Asumir que existe una relación causal directa entre lo que alguien siente y lo que yo hago, es no tomar en cuenta la capacidad de tomar decisiones de esa persona, quien es un ser racional y, al menos tentativamente, un ser maduro para el manejo de sus propias emociones. Así que, si bien no se trata de ser cínicos ante el despliegue emocional de quienes están a nuestro alrededor, es harto recomendable asumir nuestras responsabilidades sin eximir a los demás de su propia responsabilidad.
Así que, para que nuestras relaciones enriquezcan nuestra vida, tenemos que asumir que cada quien es capaz de resolver sus propios estados emocionales, sin importar cuánta sea la tristeza que sintamos, o cuánto el enojo; si no encaro mis propias emociones, no podré aprender a identificarlas e interactuar con ellas. Vamos, que esto es importante: si yo juego a resolver las emociones de los demás, no aprenderé nada útil acerca de mis emociones y estoy impidiendo que esa persona desarrolle cualquier aprendizaje acerca de las suyas. ¿Qué tal?