En la sociedad contemporánea, el debate sobre la resiliencia y la sensibilidad ha cobrado una relevancia inesperada.

La filósofa y periodista alemana Svenja Flaßpöhler (Münster, 1975), en su obra Sensible: Sobre la sensibilidad moderna y los límites de lo tolerable, nos invita a reflexionar la relación entre la resiliencia individual y la sensibilidad social, planteando una cuestión esencial: ¿debe el individuo fortalecerse para adaptarse a un mundo cada vez más desafiante o es el mundo el que debe cambiar para ser más inclusivo con la creciente sensibilización de la sociedad?
La dicotomía entre resiliencia y sensibilidad
El libro de Flaßpöhler comienza con preguntas provocadoras que cualquiera se ha hecho alguna vez: ¿son las sensaciones puramente personales?, ¿dónde se encuentra el límite entre lo tolerable y lo intolerable?; en este sentido, la obra plantea un dilema fundamental: la resiliencia, entendida como la capacidad del individuo para sobreponerse a las adversidades, ¿es suficiente, en una sociedad que refuerza la opresión y la discriminación?
Para la filósofa norteamericana Judith Butler, la respuesta es clara: la sensibilidad social debe preceder a la resiliencia individual. Butler señala que fenómenos como el racismo o el acoso sexual no solo son experiencias individuales, sino reflejos de una estructura social que reproduce y refuerza la desigualdad. En esta línea, Butler aboga por una “revolución” social que modifique estas estructuras, considerando que las experiencias de vulnerabilidad y ofensa son, en última instancia, fenómenos colectivos.
Por otro lado, el sociólogo alemán Andreas Reckwitz sugiere un enfoque más moderado, inclinándose hacia una evolución gradual en lugar de una revolución. Si bien reconoce la importancia de la sensibilización social, sostiene que no todo dolor debe ser eliminado socialmente, pues algunos niveles de incomodidad o sufrimiento forman parte del desarrollo humano.
Esta dicotomía entre resiliencia y sensibilidad plantea una pregunta central en el libro de Flaßpöhler: ¿cuál es el equilibrio adecuado entre la capacidad del individuo para soportar las adversidades y la responsabilidad de la sociedad para aliviar el sufrimiento?
¿El individuo debe soportar, o la sociedad debe ser sensible y solidaria?
El peligro de absolutizar la resiliencia o la sensibilidad
Tanto la resiliencia como la sensibilidad, cuando son absolutizadas, pueden generar consecuencias negativas. Flaßpöhler advierte que una resiliencia extrema podría llevar a la indiferencia frente a las violaciones de los derechos de los demás; por otro lado, una sensibilidad excesiva puede convertir a las personas en seres vulnerables, incapaces de enfrentar las dificultades sin protección externa.
Aquí, la historia de la humanidad juega un papel crucial. Norbert Elias, citado por Flaßpöhler , describe la evolución humana como un proceso de creciente sensibilización: la violencia externa ha sido progresivamente reemplazada por una violencia interna, una especie de autocontrol que regula las pasiones y conforma el superyó. Este proceso, que Elias denomina como una “civilización de la conducta”, ha facilitado el funcionamiento de las sociedades modernas, especialmente en un contexto de industrialización y complejidad social.
Sin embargo, Flaßpöhler advierte que la sensibilidad, que originalmente actuaba como un lubricante social, podría volverse destructiva si no se encuentra un equilibrio. En lugar de unirnos, la sensibilidad podría fragmentarnos en grupos cada vez más pequeños, enfrentados unos contra otros, lo que erosiona el tejido social y la capacidad de diálogo democrático.
La influencia del lenguaje y la sensibilización
Un punto crucial en el análisis de Flaßpöhler es el papel del lenguaje en la configuración de la realidad; aquí, entra en juego la teoría del “giro lingüístico”, que sugiere que el lenguaje no solo describe la realidad, sino que la crea. Judith Butler, influenciada por esta corriente filosófica, sostiene que el lenguaje puede tanto construir como destruir identidades. Por ejemplo, el uso de un lenguaje inclusivo puede modificar nuestra percepción de género, desafiando las categorías fijas de hombre y mujer.
Sin embargo, esta perspectiva también tiene sus detractores.
Algunos argumentan que imponer un lenguaje políticamente correcto puede llevar a una forma de censura, donde solo se permiten las palabras que ciertas personas consideran emancipatorias. Esta “corrección política” en el lenguaje, según Flaßpöhler, podría consolidar un nuevo tipo de estructuralismo, donde las identidades se ven nuevamente fijadas y separadas unas de otras.
Empatía y sensibilidad: ¿una máquina de emociones?
El concepto de empatía también juega un rol central en este debate. Flaßpöhler, al igual que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, cuestiona la idea de que la empatía puede ser simplemente un contagio emocional entre individuos que se reconocen mutuamente. En las redes sociales, este contagio se amplifica, creando lo que Han describe como “máquinas de empatía”, donde la sensibilidad se convierte en una especie de espectáculo público. Sin embargo, el verdadero desafío de la empatía no es solo sentir el dolor del otro, sino comprenderlo desde la propia perspectiva de ese otro, algo que, según Flasspöhler, es mucho más difícil de lograr.
La tensión entre resiliencia y vulnerabilidad: Nietzsche y Levinas
El debate entre resiliencia y vulnerabilidad encuentra su máxima expresión en la confrontación filosófica entre Friedrich Nietzsche y Emmanuel Levinas. Para Nietzsche, lo que no te mata te hace más fuerte; es decir, la resiliencia es la clave para enfrentar las dificultades de la vida. Sin embargo, Levinas ofrece una visión diametralmente opuesta. Para él, la vulnerabilidad es lo que nos conecta con los demás y nos convierte en seres humanos. Según Levinas, el reconocimiento de nuestra fragilidad es la base de la solidaridad, especialmente hacia aquellos que han sido marginados o discriminados.

Esta tensión filosófica refleja el dilema central del libro de Flaßpöhler. Si bien la resiliencia es necesaria para superar las crisis personales, no puede convertirse en una excusa para ignorar el sufrimiento ajeno. Del mismo modo, la sensibilidad no puede ser llevada al extremo de convertir a las personas en víctimas perpetuas que dependen de la protección de la sociedad para sobrevivir.
Trauma y la cultura de la victimización
Flaßpöhler también aborda el concepto de trauma: apartir de la década de 1990, el diagnóstico del trastorno por estrés postraumático se amplió para incluir no solo eventos extraordinarios como guerras o desastres, sino también situaciones cotidianas que pueden generar estrés o malestar emocional. Esto ha llevado, según la autora, a un uso potencialmente excesivo de la “narrativa de la víctima”, donde el sufrimiento se convierte en una forma de obtener legitimidad social.
En este sentido, la sensibilización excesiva de la sociedad ha dado lugar a fenómenos como las “advertencias de contenido” o espacios seguros, que buscan proteger a las personas de cualquier experiencia que pueda resultar ofensiva o dolorosa. Sin embargo, este enfoque plantea preguntas sobre los límites de la responsabilidad social en la protección del individuo frente a las adversidades cotidianas.
La fragilidad de la sensibilidad en la era digital
La llegada de la era digital ha intensificado la fragmentación social impulsada por la sensibilidad exacerbada. Las redes sociales actúan como un amplificador de las emociones, generando un entorno en el que las personas, especialmente las generaciones más jóvenes, se ven cada vez más vulnerables a los estímulos emocionales. Este fenómeno, que algunos críticos denominan “la tiranía de la intimidad”, refuerza la necesidad de protección y conduce a una mayor demanda de espacios seguros, alejando a las personas del debate democrático y la confrontación de ideas.
El filósofo Richard Sennett también critica esta tendencia, argumentando que el énfasis en los sentimientos y las experiencias íntimas puede socavar las funciones protectoras de las normas sociales y los roles establecidos. En lugar de proporcionar un contrapeso a la vulnerabilidad individual, la sociedad actual parece estar eliminando las barreras que históricamente han protegido a los individuos de los efectos destructivos de sus propias emociones.
¿Ser resilientes o ser sensibles?
El debate entre resiliencia y sensibilidad plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la condición humana y nuestra capacidad para enfrentar el sufrimiento y la injusticia. Por un lado, la resiliencia nos permite adaptarnos a un mundo en constante cambio, pero si se la exagera, puede llevarnos a ignorar el sufrimiento de los demás. Por otro lado, la sensibilidad nos conecta con los demás, fomentando la empatía y la solidaridad, pero si se lleva al extremo, puede fragmentar la sociedad y debilitarnos frente a los desafíos de la vida.
En última instancia, como sugiere Flaßpöhler, es necesario encontrar un equilibrio entre ambas perspectivas. La resiliencia y la sensibilidad no son mutuamente excluyentes, sino dos caras de una misma moneda. El verdadero desafío reside en aprender a ser resilientes sin dejar de ser sensibles, en construir una sociedad que pueda enfrentar las adversidades
Conclusión:
Esta dicotomía entre resiliencia y sensibilidad, como lo hemos explorado a lo largo de este ensayo, tiene implicaciones profundas en el contexto contemporáneo de las identidades no normativas. En particular, el lenguaje inclusivo emerge no solo como una herramienta comunicativa, sino como un acto filosófico de reconocimiento y solidaridad social.
Judith Butler ha insistido en que el lenguaje tiene el poder de crear realidades, no solo describirlas.
Así, cuando adoptamos un lenguaje inclusivo que reconoce y valida por ejemplo, las identidades trans y no binarias, estamos participando activamente en la creación de un espacio donde la diversidad humana es no solo visible, sino legítima y digna de respeto.
Desde esta perspectiva, el lenguaje inclusivo no puede ser reducido a una moda o a una simple corrección política; es, en realidad, una expresión de sensibilidad social que desafía las categorías tradicionales del ser. Al visibilizar a personas y grupos que han sido históricamente excluidos o marginados, el lenguaje inclusivo se convierte en un puente hacia una solidaridad más amplia, fomentando una ética de cuidado que trasciende las fronteras normativas del género y la identidad.
En esta línea, el lenguaje inclusivo es un acto de resistencia contra las estructuras opresivas que buscan homogeneizar la identidad y reforzar la vulnerabilidad de las personas no normativas. Al rechazar un lenguaje que encasilla a los individuos dentro de categorías fijas, se abre la posibilidad de una existencia plural donde cada identidad, sea trans, no binaria o queer, puede florecer sin ser reprimida por las normas sociales.
El reto, entonces, es equilibrar la resiliencia que estas identidades desarrollan en un mundo que a menudo las rechaza, con una sensibilidad social que reconozca su derecho a existir en igualdad de condiciones. Este equilibrio se construye en el lenguaje: al nombrar y reconocer la diversidad de identidades, construimos un espacio común donde la solidaridad no es una concesión, sino un imperativo ético.
En definitiva, el lenguaje inclusivo no solo transforma la manera en que nos relacionamos con los demás, sino que también es una forma de construir una comunidad más justa y empática. Es a través de este reconocimiento lingüístico que la sociedad puede comenzar a sanar las heridas de la exclusión, y a su vez, abrir nuevas posibilidades para que cada persona viva con autenticidad y dignidad.