Casi todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar. Y es que amar y querer no es igual, ¿amar es sufrir…? No, ahí si espéreme tantito, señor don Príncipe de la Canción.

José José le atinó cuando señalaba diferencias entre estas dos acciones románticas; aunque sin duda, me niego a reconocer que “amar es sufrir”, o que digamos que todo el tiempo “querer es gozar”; o dime tu, ¿porqué sucede que muchas personas pasan la vida persiguiendo un ideal romántico y cuando lo encuentran, inician un vía crucis de inseguridades y ansiedad?
…y es que amar y querer no es igual.
Yo puedo querer como quien quiere un auto, una playera, un vaso de agua o cualquier cosa, circunstancia, persona, flor o fruto que le venga haciendo falta a mi vida. Queremos desde la necesidad (que luego nos lleva a la necedad) o desde nuestras carencias; y cuando nos vinculamos afectivamente con aquello que satisface lo que necesitamos, lo hacemos porque nos es de utilidad.
Es decir que desde el “querer”, no quiero a la otra persona por las características que le definen, le quiero por las que, de modo francamente narcisista, me definen a mi: estos espacios vacíos míos, anhelando ser llenados.
Es aquí donde afrontamos la relación con ansiedad y dependencia.
Mientras que uso a esa persona para llenar mis huecos y alimento la certeza emocional de que no podría llenarme por mi mismo; simultáneamente reconozco en él o ella, a una persona autónoma que puede elegir alejarse de mi en cualquier momento, que probablemente me necesita menos de lo que yo a ella… y eso me asusta, y comienzo a pensar en estrategias que restrinjan su libertad de elegir dejarme.
Me vuelvo celoso, controlador, posesivo y tal vez violento, porque en el “querer” no cabe el enamoramiento, solamente el apropiamiento. Cuando me vinculo a través de mis carencias, transformo a mi pareja en mi sustento y a mi en un parásito narcisista, que solamente toma, que no puede devolver nada que nutra de vuelta a la relación.
Por eso, repitan conmigo: “esa persona es mi pareja, no mi alimento”… vamos, una vez más…
Quien ama, en cambio, es capaz de decir con honestidad “quiero que seas feliz, aunque tu felicidad no esté conmigo”, porque al amar, reconocemos en la otra persona todo aquello en él o en ella, que le hace susceptible de ser amada, y agradecemos el tiempo y la ocasión en que comparte lo que es y quien ella o él es, en tanto que libremente está eligiendo hacerlo.
Amar es “ágape”, el amor desinteresado que ama lo que o a quién es valioso por el valor que tiene en sí mismo; querer es “eros”, el amor apasionado que se nutre del deseo y la necesidad que sentimos por la otra persona.
El tránsito de una persona amada por alguna etapa de nuestra vida, da valor a ese episodio; y lo deseable es que no haya una despedida que ponga fin al amor, pero frecuentemente las personas se van, también frecuentemente suceden los reencuentros y a veces descubrimos que el amor sigue siendo intenso aún sobreviviendo a la despedida, pero que se ha transformado.
Cuando alguien declara que una vez acabado el romance, no sostendría una amistad con esa misma persona, hace tangible que le quería, pero no que le amaba. Cuando dos personas se aman, continúan reconociendo entre si, aquello que les vuelve susceptibles de ese amor; aunque deban separarse el amor permanece, porque a cada persona involucrada, su amor les representa un capital propio al que tuvieron acceso gracias a la otra persona. Así, el amor honesto hacia alguien más, termina nutriendo el amor propio.
Para muchos autores, “el amor” se define por esa capacidad que los seres humanos tenemos para vincularnos. En todo vínculo que nos es significativo y que nos define, hay amor: amor a los animales, amor al trabajo, amor a ciertas personas con las que nos hemos conectado. También, por supuesto, cuando yo me vinculo conmigo, igualmente hay amor.
Por eso, se dice que en la práctica, el opuesto al amor no es el odio, sino el miedo. El miedo nos hace retraernos y levantar barreras: eludimos y evitamos lo que nos asusta, como una araña, las alturas o un arma de fuego. Por ejemplo, cuando la persona con quien hacemos pareja nos asusta porque puede elegir no darnos lo que necesitamos de ella, en ese momento construimos barreras, y derribamos puentes, y no le amamos… sino todo lo contrario.
Es imposible amar todo el tiempo y en cada minuto, porque a veces derribamos los puentes que pusimos para llegar hasta quien o lo que amamos. El miedo es un gran distractor contra el amor. La cuestión es acordarnos de darles mantenimiento, solamente; por eso, amar es una decisión que se renueva constantemente, y que alguien más elige renovar cada día para que sus puentes le conduzcan a mi, a su vez.
¿Y si de pronto descubro que no he dado el mantenimiento suficiente a mis puentes o que me puse bien loco y los eché abajo de un berrinche?, entonces es momento de agarrar el material emocional necesario, e ir a nutrir y reparar esos vínculos; no desde la necesidad que guardo de esas personas, sino desde el valor que les reconozco por quienes son, lo que me han aportado, y las formas en que reflejan esas mejores versiones de mi.
Finalmente, la decisión de amar o querer no es igual. En el querer hay carencias, inseguridades y miedo de por medio, pero en el amar hay reconocimiento, confianza y gratitud por todas las ocasiones en que esa persona que te ama, elige y vuelve a elegir tender sus puentes que le vinculan hacia ti.
Realmente, sí sabemos amar, pero a veces necesitamos de tanto, que nada más nos permitimos querer.