Relaciones de pareja

Extraviados en la fidelidad

3:30 a. m. y veo la noche deslizarse, llevándose lejos la posibilidad de que yo pueda dormir. La cabeza me da vueltas como a la niña del Exorcista… mas o menos, al menos yo no floto sobre la cama, y pienso en esto que tengo atorado entre sentimiento y pensamiento:

…estoy en terapia de pareja, yo soy el terapeuta, ellos no tienen sexo desde hace meses y por eso se miran como dos bulldogs a punto de decidir quien tira la primera mordida.

Ella, entre atisbos de feminismo, declara que no tiene porqué estar disponible para él, cuando el marido anda caliente; que ella no es un objeto sexual, un juguete suyo o una muñeca inflable, dice. Que su cuerpo es de ella y no de la pertenencia de nadie más. Yo le doy la razón, y en ese momento fugaz, el marido me odia.

Le doy la razón a ella, porque yo mismo no llevo 25 años perdiendo el tiempo dos horas diarias en el gimnasio para que otras personas pretendan procurarse placer a expensas de mi cuerpo… mío, de mi… para mí, desde mi.

Igualmente, suyo, el cuerpo de ella para la satisfacción y bienestar de ella y de aquél, aquella o aquellos con quien le apetezca a ella compartir su erotismo, o no, que lo mismo es derecho suyo.

El marido me odia porque es evidente que la abstinencia sexual le tiene ya, arañando las paredes, y no ve la hora de pagarme e irse para tener oportunidad de despotricar contra el terapeuta; porque su esposa será feminista y progre, pero es él quien paga las cuentas.

Los insto entonces, a llegar a un acuerdo para que la terapia sirva de algo, pero la negociación está atascada en el punto muerto de un “yo si quiero” contra un “pues, fíjate que yo no”; y entonces destaco que el mismo derecho tiene ella de no tener deseo sexual, como lo tiene él de coger si le apetece… siempre que la persona con quien él ejerza su sexualidad comparta las mismas apetencias, ya saben, eso del sexo consensuado, responsable y así.

Como no son mormones, ella subraya con un coqueto sarcasmo que la única esposa aquí es ella, y que a menos que él se cepille a Pancho, el perro chihuahua, va a tener que seguirse aguantando.

Yo tomo nota de cómo esto de las relaciones sexuales, ellos me lo vienen manejando como un ejercicio de poder, y en el momento les menciono que esto no tiene que ser un impedimento: la fidelidad es un acuerdo que caracteriza a las relaciones de pareja y como todos los acuerdos, es permanentemente susceptible de revisión

Entonces ella pone ojos de huevo cocido, y el odio del marido hacia mi persona se esfuma súbitamente.

Sip, si ella ejerce el derecho (que efectivamente tiene) a no apetecer tener sexo con su marido, y este ya tiene sendos cayos en las manos de tanto tan tremendo autoerotismo; entonces conviene renegociar el acuerdo de fidelidad de la pareja para preservar el bienestar de los individuos.

Adivinen ahora quién es la que me odia, con odio jarocho.

La mujer contundente, se niega a abrir la posibilidad de que su marido tenga relaciones sexuales con otras mujeres. Yo tengo a bien, explicarle que la fidelidad por una parte, puede sustentarse en otras dimensiones distintas a la sexual o la erótica, y mucho parece que le hablo a ella de una Dimensión Desconocida… de hecho, casi juraría que escucho el tema de la serie ochentera de fondo y muy bajito.

También puede que sea sólo mi imaginación.

Él expresa tímidamente que puede ser una opción que no había considerado, pero que podrían explorar de a poquito, y ella le agarra la pierna para invitarle a que se calle. Yo ahora si, aplico la de Pilatos, y les conmino a revisar sus opciones:

a) ella le echa ganitas a erotizarse dentro de la relación con su marido para abrir la posibilidad de coger una vez por semana como él planteaba al inicio

b) ambos modifican la configuración de sus acuerdos como pareja, para que sea posible el sexo con otras personas, sin que esto vulnere la solidez de su relación

c) pues nada, se separan salomónicamente y se acabó el pleito

Ella se despide y ni me da la mano, el me abraza y sale del consultorio, y yo me quedo disfrutando de un consultorio donde nadie quiere asesinarme… al menos hasta mi sesión de las 8.

Y es que, en verdad ¿no sería mejor que todos revisáramos el modelo al que sometemos las relaciones de pareja hoy en día?, es probable que ya no sea ni tan funcional, ni tan vigente. Antes era fácil , cuando el “hasta que la muerte los separe” duraba 5 minutos porque la gente se moría a los 40, pero ¿que onda hoy, que la expectativa y la calidad de de vida se han duplicado?

Seamos honestos, la exigencia por “fidelidad” pone a la gente muy loca.

Por acá tiene usted a Susanita, que de la nada desarrolla habilidades de hacker cibernético para infiltrarse en las redes sociales del novio, con el fin de detectar a la sospechosa con quien presuntamente le pintan el cuerno: cual es su edad, domicilio, horarios, signo zodiacal, ascendente y hasta posición sexual que tendría con el novio… si efectivamente se hubiera estado acostando con él. Y bueno, a veces sus dotes informativas se ven efectivamente recompensadas, ¿felicidades?

Por allá esta Carlitos, ahora vuelto todo un agente de contra – espionaje, con todo y bigote postizo, para colarse en la fiesta anual de la empresa del novio y descubrir al móndrigo maldito que se lo anda sonsacando. A veces habrá móndrigo, a veces no, pero siempre habrá una cara que se le va a caer de vergüenza con todo y el bigote.

Y acullá el Manolito, que de ingeniero se pasó espontáneamente a agente migratorio y le pregunta a su novia Susanita a qué sale y para qué, quién la espera, porqué tan arreglada, y de cuantos horas va a ser su estancia fuera de casa.

¿Es neta? Aceptémoslo, hoy en día una cantidad brutal de relaciones con buenas posibilidades, se han ido al garete por la misma razón: La Fidelidad. Y no es que ser fiel esté mal, pero es bastante sospechoso pensar que todas las relaciones deban de ser fieles de la misma manera. La fidelidad, como modelo o estereotipo es poco más que un mecanismo de control, y en la práctica, la justificación idónea para la violencia en la pareja.

Invadir la intimidad, descalificar, celar al otro, coartarle la libertad de reunirse con quien le apetezca… todas esas acciones se llevan a cabo cotidianamente con la ¿inocente? justificación que da la fidelidad, pero en realidad cada una de ellas es un ejercicio consuetudinario de la violencia. Una práctica que silenciosamente convierte el amor en posesividad.

No por nada, muchas personas equiparan el matrimonio con el cautiverio; precisamente, son las parejas que discuten con equidad y respeto sus mutuas perspectivas acerca de la fidelidad, son las que experimentan relaciones más enriquecedoras y felices, donde lo que cada individualidad expresa y aporta en entera libertad lo que puede dar, fortalece de manera trascendente el vínculo que les une.

Obedecer patrones rígidos lleva a relaciones inmaduras donde dos o más personas terminan sufriendo… porque esas personas se reproducen teniendo personitas bebés que a su vez crecen, y así.

¿No sería mejor llevarnos la dinámica más despacio para articular relaciones más únicas y a la medida? Ya saben, más acordes a las expectativas, necesidades, fortalezas de quienes estén involucrados; para que nuestras relaciones de pareja (y lo mismo cualquier otro tipo de relación) sean finalmente escenarios de desarrollo y florecimiento, no de posesividad y castigo.

Sin pena, discutámoslo.

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