Existen dos palabras que van definiendo el curso que toma tu vida, cada una tiene dos letras nada más y sin embargo, son muy difíciles de pronunciar. Una es “no” y la otra es “si”.

Decirle “no” a alguien, es a veces tan difícil como tocarte el codo con tu lengua; y decirte “si” a ti misma o a ti mismo, puede ser todavía más complicado.
Por ejemplo:
- ¿Me doy un descanso? ¡No!, ya descansaré cuando me muera.
- Oye, ¿cuando acabes, te encargo mi chamba? Si, claro, con gusto.
- ¿Voy al médico o le compro ese suéter? ¡Ay, no!, le hace mucha emoción estrenar un suéter así.
- ¿Te vas a comer eso? Ah, este… no, adelante.
- ¿Me permito el riesgo hacer algo distinto? Huy, no! ¿Qué dirán si fracaso?
Por eso, la forma que tiene tu vida, es consecuencia de cómo vas distribuyendo los “no” y los “si”. ¿Consideras que lo has hecho adecuadamente?
Te van a ocurrir muy pocas cosas buenas, si no te permites decirte “si”, y te van a pasar aún más cosas desagradables, si no te das permiso de decirnos que “no” a las personas que tienes a tu alrededor.
Elige sabiamente, porque al final eres tú quien experimentará las consecuencias.
Precisamente, es por eso que entre lo más interesante que aprendemos cuando somos niños, está la palabra “no”.
Ser capaces de utilizarla nos permite reafirmar nuestra identidad y entender a edad muy temprana, que tenemos derecho a decidir sobre nuestra vida, aunque al principio se trate nada mas de decisiones chiquititas.
Por eso, no es raro que niñas y niños, atraviesen una etapa de negativismo en la que suelen excederse, diciendo “no” para todo, sin valorar mucho ni las circunstancias, ni si realmente no tienen ganas de eso que están rechazando. Decir “no”, da poder, es placentero y resulta liberador.
Es un super poder que descubren de pronto.
Pero niñas y niños crecen, y dejan de necesitar decir “no” para todo, porque identifican otras formas de obtener lo mismo que les daba el “no”: una forma de reafirmar su identidad. Todo el mundo adquirimos estos aprendizajes, que nos permiten aprender a negociar y tener más seguridad, acerca de quienes vamos siendo.
Cuando un niño o una niña no adquieren otras maneras de reafirmarse además del “no”, o no aprenden a negociar, van a aferrarse a la capacidad de negarse, aun cuando esa niña o niño, ya anden por los veinte años o rebasando los treinta. Por eso, a veces encontraremos adultos negativistas que dicen “no” para todo, sin evaluar realmente la alternativa que se les presenta.
O incluso, si la alternativa les concierne a ellas o a ellos, o a alguien más.
Pensemos en los hombres que dicen “no” a la aborto, cuando evidentemente, ellos jamás abortarían; o las personas que dicen “no” a los matrimonios entre personas del mismo sexo, aunque casarse o no con alguien de su mismo sexo, quede muy ajeno su propia orientación sexual.
Personas adultas con estos rasgos, continúan obteniendo reafirmación en su identidad, al esgrimir el “no”; no han desarrollado otras herramientas.
En un sentido primitivo, el “no” empodera y reafirma a las personas que sienten frágiles sus estructuras de personalidad, adoptando la misma postura negativista radical que cuando eran niños. Es casi una regresión freudiana a una etapa que no han superado, una estrategia infantil (poco eficaz, pero muy recurrida) para resolver problemáticas de la vida adulta.