Según la Real Academia de la Lengua Española, discriminar es dar un trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc. Estos caballeros de la academia no tuvieron a bien incluir los motivos sexuales de discriminación en su definición, pero el etcétera nos autoriza a meterle lo que queramos.

A fin de cuentas, para discriminar hacen falta solo las ganas, aunque no tengamos ningún motivo.
¿Qué es la Homofobia?
La homofobia es, efectivamente, un tipo de discriminación que se deriva de las actitudes que una persona tiene hacia la orientación sexual que no es heterosexual.
En la actualidad no es algo que pueda presentarse abiertamente en la calle o algún otro espacio público, particularmente en las grandes ciudades donde discriminar se ha incluido en lo “políticamente incorrecto”, y despierta la desaprobación de quienes se rigen por las buenas costumbres y la urbanidad más mínima. Claro, esto no implica que la conducta homofóbica haya desaparecido; solo se ha encubierto: la gente discrimina en voz muy baja, o cuando se está en confianza.
Homofobia dentro de la comunidad gay
Esta conducta sucede entre personas heterosexuales y, por irónico que parezca, también entre homosexuales: dentro de la comunidad gay, la discriminación no está mal vista ni se la censura; de hecho, se la aplaude como un rasgo de ingenio y glamour.
Efectivamente, la homofobia está presente entre las conductas de socialización de mucha gente gay.
La homosexualidad es un aspecto emocional, afectivo y psicológico que no es aceptado por nuestras sociedades en su totalidad, y la persona que habita esas sociedades, puede tampoco aceptar la homosexualidad o su dimensión afectiva: el homoerotismo, aún incluso, siendo ella misma gay, bisexual o perteneciente a algún matiz de la diversidad sexual.
La (auto) aceptación es una labor que le demanda a cualquier persona un esfuerzo constante de autoconocimiento, autocrítica, de renuncia a expectativas que no sintonizan con su afectividad homoerótica, duelo y coraje para enfrentar desafíos que pueden ser personales y sociales. El objetivo es permitirse eventualmente incorporar progresivamente su sexualidad como corresponda, a cada aspecto de su vida.
Como todos los procesos dentro de la experiencia humana, el de la aceptación tiene sus propias pausas y retrocesos, extravíos, tangentes, y en cada tropiezo, el peso de una sexualidad no asumida puede sentirse como una pesada carga que genera vergüenza, culpa y otras emociones poco gratas, que pueden llevar a la persona a rechazar en otras personas, lo que está rechazando de si misma
Así, la homofobia se instala dentro de la misma persona a quien “le choca lo que le checa”, y por extensión, en la colectividad gay, donde cohabitan esta persona y otras personas en la misma situación, y en el mismo desafiante proceso de aceptación. La comunidad ayuda a catalilzar este proceso, lo suaviza, lo acelera, pero tambien puede llegar a potenciarlo cuando el colectivo como minoría social, recibe estresores del exterior.
Es entonces cuando conductas específicas de discriminación que se esperarían de una persona no – homosexual, hacia alguien homosexual, se dan dentro y hacia el propio colectivo: las etiquetas peyorativas, la invisibilización, la violencia física y un lamentable etcétera, aparecen en persona o digitalmente, a traves de las redes sociales o las aplicaciónes de encuentros y ligue.
Manifestaciones de homofobia interna
Lo que sucede es que frente a una falta de aceptación de la propia homosexualidad, existe la idea irracional de que, de establecerse contacto con personas notoriamente homosexuales (peyorativamente llamadas “afeminados”), la propia homosexualidad se potenciará; es decir, es el temor de que uno parecería más obvio, más “afeminado”, como por contagio.
Hablando de hombres gays, evidentemente.
La última idea es muy parecida a la premisa rancia de que la “homosexualidad se pega”, solo que en esta ocasión no es alguien heterosexual quien lo piensa, sino alguien homosexual para quien el homoerotismo ajeno causa mucho ruido, en tanto que el propio le constituye todavía una dura carga.
Reflexión final
En relación a la homofobia y la discriminación, “lo que te choca, te checa”, como dicen por ahí. Hay un proceso social, del que habla un autor llamado Erving Goffman, que consiste en el hecho de que la gente que es estigmatizada por algún rasgo (su sexualidad, por ejemplo), busca estigmatizar según el grado en que se “les nota” ese atributo que origina el estigma. Goffman se refería a comonidades de gente con debilidad visual, pero en la comunidad lésbico-gay no ocurre distinto: los más discriminados suelen efectivamente ser quienes tienen más “obvio” el rasgo de estigma, aquéllos a quienes se les pide hacerse a un lado porque su presencia incomoda.
La reflexión inevitable es: constituimos una colectividad que lucha puntualmente contra la discriminación, pero en casa, al interior de esta misma comunidad, cotidianamente nos discriminamos entre nosotros /as; mientras esta circunstancia se mantenga, será imposible cambiar las actitudes que la sociedad mantiene hacia las personas disidentes del género en la diversidad sexual.
Leyendo tu artículo, no concuerdo del todo respecto al que la discriminación intra-ghetto penda del "contagio" o "potencialización" a través del contacto con "obvios". Es una opinión meramente formulada desde el análisis empírico. Creo que más bien pende del machismo y la misoginia. Y lo ejemplifico con el siguiente diálogo interno " Cómo yo siendo HOMBRE, aún a pesar de ser homosexual, me voy a parecer a una mujer".
Odiamos lo que somos, pero no vanagloriamos de parecer lo que nunca seremos, es decir somos putos pero queremos parecer machos. Y retomando tus comentarios acerca de los sitios web de contactos, agregaría que dentro de las descripciones y requerimientos se valora mucho el "Soy 100% varonil", "Soy una puta en la cama, pero todo un hombre en la calle", "100% discreción".
Es algo así como "Una puta en la cama, pero una dama en la mesa".Aplicado entre Hombres homosexuales… qué loco , no?
Gracias.