En esta ocasión te vengo a invitar a abrirte a la posibilidad de que creas más en mis palabras… que en tu sentido común, la invitación empieza con esta fórmula: “el estrés fue hecho para que seas feliz.”

¿Cómo te suena?, no ignoro que detrás de nosotros hay una cultura que repite incansablemente que el estrés nos enferma y que despacito, que muy lentamente al final nos mata. Pero no es tan tremendamente cierto…
¿Qué tal si te contara que la felicidad y el estrés van de la mano a lo largo de la vida?, porque déjame decirte, así en corto, que entre ambos estados emocionales existe una relación muy positiva.
Partamos del punto de que el estrés es parte de la vida… y no me refiero a “tu vida”, sino a la vida en general, por lo que si el estrés enfermara a todo ser viviente que lo experimentara, la vida entonces, haría mucho que se habría extinguido.
No, la realidad es que eres tú quien te enfermas (o yo a mi, que de repente igual se me van las cabras y me intoxico con el mal estrés), y también es real que lentamente, eres tú quien te estás matando, manteniendo a tu organismo en un interminable estado de tensión. Y es esa situación biológicamente tóxica que tu generas y mantienes, en la que el estrés es nada más el pretexto con el cual justificamos el daño que nos hacemos.
Pero no me creas a mi, créele a los especialistas:
Especialista no. 1: Imagina que enfrente de ti está jugando una niña de cinco años, que inexplicablemente y como parte de su juego, va inventándose desafíos de cada vez mayor complejidad. Cada vez trata de llegar más alto, cada vez busca ir más rápido, cada vez su juego es más complejo, y tu observando, te das cuenta que esta secuencia interminable de desafíos le producen un gran placer que la niña interpreta como diversión. ¿Diversión?, seguramente para ti que imaginas esto desde tu silla en la oficina, interpretarías esta secuencia de desafíos continuos, como un estrés sostenido…
Especialista no. 2: Si no hay niños al alcance de tu imaginación, trata entonces con un animal, un gato, por ejemplo. En los juegos que para el felino representan un entretenimiento, te das cuenta que súbitamente deja escapar al ratón que mantenía cautivo entre sus garras, y le permite correr un poco antes de lanzarse encima de su presa para capturarle de nuevo. Entonces le deja escapar otra vez, le permite llegar un poco más lejos, y nuevamente lo vuelve a capturar para después volverlo a soltar en este proverbial “juego del gato y el ratón”. ¿Cuál es la razón de que esta criatura encuentre diversión en inventarse desafíos?, ¿cuál es el sentido de causarse estrés gratuito?
Para ti, que probablemente entregarías un ojo de la cara a cambio de poder mantener una vida sin contratiempos ni desafíos, estos casos podrían parecerte un tremendo sinsentido. Te procuras un contexto de vida cómodo, tentativamente libre de estrés, y obtienes a cambio una cotidianidad ahogada en ansiedad y depresión, dos experiencias emocionales de las que ninguno de nuestros dos expertos, ha tenido conocimiento.
El secreto consiste en que el estrés es desafiante y divertido, y saber esto es la razón por la una niña o un gato son en la práctica, más sabios que tu y buscan puntualmente estresarse para entrar en flujo y ser felices.
Los animales saludables y los niños son tolerantes al estrés e incluso lo procuran, porque dirigen su atención hacia el proceso y delegan a un segundo plano su atención al resultado, mientras que las personas adultas hacemos justo lo contrario. Esto les permite a ellos disfrutar de lo que hacen en el transcurso de hacerlo y diseñarse maneras lúdicas y desafiantes de hacerlo, independientemente del resultado que obtengan.
Por eso, podemos definir una circunstancia divertida como aquella que implica un desafío a la medida de nuestras capacidades. Un estrés sabroso.
Las personas adultas, en cambio, nos estresamos persiguiendo resultados que no dependen plenamente de nosotros, dado que para llegar a ellos influyen otras variables además de nuestro esfuerzo. Al final, nuestros resultados no cumplen plenamente con las expectativas y no disfrutamos de nuestros procesos porque ni siquiera les hemos prestado atención. Un niño puede explicarte con mayor claridad que yo, que lo único que te pertenece es tu proceso, y el resultado es solo una recompensa exterior a ti, que no te define a ti.

Cuando para alcanzar un objetivo, te enfocas en hacer del proceso un recorrido divertido, creativo y estimulante, centrado en los recursos y herramientas que ubicas en ti, conviertes el estrés en Eustrés, o estrés saludable: una experiencia emocional que va a potenciar tu inteligencia, sanar a tu organismo y darte la satisfacción que finalmente, nutrirá tu percepción de bienestar emocional.
Cuando en cambio, no puedes sustraer tu atención de los resultados que esperas, precisamente esa espera va a alimentar la ansiedad y aumentará las posibilidades de que termines procrastinando. Poniendo el foco en los resultados, delegas tus propias herramientas al segundo plano de tu atención y las invisibilizas para tu propia percepción, haciendo parecer el reto más sólido que tus recursos. Entonces llega el estrés que te enferma: el Distrés.
¿Entonces debo de asumir los retos sin prestar atención al resultado?
No tanto así, vámonos por porcentajes: un 60% de tu atención dirigido hacia el proceso y un 40% hacia el resultado. Imprime mayor creatividad a diseñarte procesos estimulantes sin perder de vista el resultado que quieres, articula más visualizaciones hacia cómo vas a lograr algo, que el algo en sí mismo.
Puedes contemplar los dos aspectos de tu esfuerzo, pero recuerda que es más urgente dedicar tu creatividad y talentos al proceso que al resultado, para que el estrés sea sano y amigable con tu psique y tu organismo.